Viniste de Jerusalén para entregar el osito y acercar un nuevo camino. #CaminodeSantiago

Te confundiste de lugar de encuentro. En vez de la estación de autobuses, con calma chicha me mandaste un mensaje para decirme que estabas en la Plaza del Castillo tomándote un café. Y en el encuentro dejaste bien claro que sobre el Camino de Santiago no tenías nada claro, que no te gustan los planes, y que sólo querías andar y ver dónde te llevaba el Camino.

La mochila era buena, comprada en uno de los grandes almacenes en donde compra el material el ejército israelí, el mismo del que dudas, por mucho que sea de tu país. Y no sabías que tenía una capa protectora, hasta que yo me di cuenta. Pero llegaste a mi casa para empezar el Camino de Santiago, desde al lado mismo de Jerusalén, con una misión. Y eso que decías que escribir todos los días no era una misión. Ni entregar el osito sin nombre a alguien todavía sin rostro y que es la única persona que se merece que tú le entregues ese osito abandonado en el aeropuerto de Tel Aviv. Esa tampoco era tu misión.

Desayunaste menos que el anterior peregrino a Santiago, algo de fruta, una tostada con mermelada y café. Desde luego madrugar, propio de los peregrinos, no es lo tuyo. Y caminar ocho horas habiendo empezado a las diez de la mañana tiene su mérito, sobre todo si el calor aprieta y tienes por medio un monte de más de mil metros. Pero insististe en que no tenías planes marcados, que lo importante era caminar y encontrar tu misión en estos casi 800 kilómetros.

Lo que tú todavía no sabes es que la misión la cumpliste el primer día. Fue el osito de peluche el que guiñó el ojo cuando recordabas la importancia de la energía de las personas y la necesidad de alejarnos de quienes  no se encuentran en la misma onda positiva que nosotros.

La misión la cumpliste acercando más a Jerusalén a quien estuvo en Roma. Y por mí, puedes celebrarlo con un buen pacharán.

El osito peregrino que debes entregar a su dueño

El osito peregrino que debes entregar a su dueño

 

 

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